En los últimos 20 años, se ha consolidado -paulatinamente- el uso cotidiano de dispositivos digitales en conceptos que antes no era posible imaginar: comunicación instantánea con otros individuos, compras en línea, relaciones intrapersonales e incluso verificaciones/autenticaciones de usuario por vía facial.
La reciente implementación de estos sistemas trajo cambios novedosos para la sociedad, desde avances médicos hasta la posibilidad de cargar con documentación personal y sustancial en un solo dispositivo; lo que, desafortunadamente, asoció riesgos que antes no era posible conmensurar, ni de los que se era consciente.
Las amenazas cibernéticas son un asunto delicado de abordar, pues, junto a su carácter constantemente evolutivo, la magnitud del relato mediático, y su abrupta puesta en palestra (tanto social como tecnológicamente); hace que sean -por lo general- una discusión difícil de digerir para el usuario.
No es sorpresa que a día de hoy existan ataques (dirigidos a entidades de todo tipo) sofisticados de, por ejemplo, ransomware, denegación de servicios, o Phishing; y es que el acelerado avance de tecnologías basadas en la recopilación de datos (contándose como ejemplo relevante y discutido a día de hoy, las inteligencias artificiales) extenúa poderosamente cualquier contraataque contra incidentes de esta índole. En este sentido, las vulnerabilidades siempre tendrán una ventaja con respecto a controles compensatorios a nivel técnico y/o judicial, por el mero hecho de que estos no existen sin antes exponerse una de ellas.
Año tras año, gobiernos, entidades estatales, instituciones, bancas, negocios familiares e individuos arbitrarios son víctimas de ataques cibernéticos, llevando a enormes pérdidas a nivel intelectual, de privacidad de usuarios y económico. Por mencionar casos actuales, se tiene el *ransomware* al ejército de Chile, o la sustracción de información al canal de voz *Discord*; donde en cada uno de estos fueron filtrados datos confidenciales pertenecientes a las entidades, y los agentes relacionados a ellas.
Con esto, parece intuitivo y necesario desarrollar un concepto o entidad que proteja, resguarde y asegure al usuario en relación con los datos que involucre; y es desde este punto que surge, y se comienza a definir, la llamada ciberseguridad.
La seguridad, como concepto, varía dependiendo de culturas, épocas y contextos en particular; lo que antes era considerado normal o común, con el pasar del tiempo se convierte en un estándar de intransigencia; y esto es incluso más palpable al hablar de un ambiente virtual y prematuro como lo es el internet. Hace tan solo unos años, la web era territorio desconocido: los foros de intercambio de ideas abundaban, no se contaba con protocolos robustos de navegación y el despliegue de imágenes era impensado.
El severo cambio dentro de los últimos años -y tomando en cuenta la cuarentena global del 2020- llevó a evaluar y poner en práctica la vida basada, en gran medida, en este sistema digital; aparentemente fiable e intangible.
Parece entonces, a la vez, que condensar un concepto tan vasto como la seguridad (que constantemente es reevaluada) es imprudente al estar basado, además, en un sistema tan volátil como lo es el *internet*, siendo este dispuesto e interceptable en la red por terceros.
Desde el uso de métodos de cifrado hasta la implementación de múltiples capas de autenticación, la adaptación a la digitalización en relación con la ciberseguridad ha presentado un desafío constante al abrirse más oportunidades para la creación y ramificación de distintas vulnerabilidades; generando así, una lucha incesante entre los alcances del desarrollo tecnológico, sus riesgos y compromisos de seguridad para con sus usuarios.
Ante el ritmo ininterrumpido de las soluciones informáticas y la digitalización, es que se presenta una brecha entre los riesgos asociados, sus condiciones de seguridad y adaptabilidad a futuro. La actualización es inevitable, y con ella, la presencia de nuevas vulnerabilidades, condiciones y operabilidad; las que, generalmente, se encuentran a un destiempo considerable con los usuarios mayoritarios de estos dispositivos.
Mientras diferentes entidades y especialistas cuentan con el entendimiento y -por ende- claridad de entornos y creados, existe población que, tanto por desconocimiento como por el ímpetu de estas innovaciones, quedan en desventaja y en antítesis a lo propuesto por estos mismos sistemas.
Las soluciones informáticas, siendo recursos complejos y dependientes a infraestructuras de desarrollo, cuentan con un nivel de entendimiento que, para el usuario promedio, significa una confianza ciega en mecanismos y aplicativos que cuentan con una regulación prematura de lo que se conoce como ciberseguridad.
Casos de uso de datos personales con fines lucrativos, hipervigilancia y estafas multiplataforma son algunos ejemplos de consecuencias relacionadas, por lo que no es de extrañar que la adaptación social a estas innovaciones tenga una repercusión inicial negativa, pues se presentan como recursos simplificados de actividades habituales, resultando en ciertas ocasiones, todo lo contrario: un descuadre de costumbres, vulnerabilidad a nuevos/desconocidos ataques personales y desplazo social.
La ciberseguridad es un concepto relativamente nuevo y con diversos criterios de evaluación, tanto teóricos como técnicos. Con el paso de los años, se ha establecido la posibilidad de expandir el uso de las tecnologías digitales, a costa de riesgos y cambios sociales drásticos. Es ahora el momento estudiar los alcances del desarrollo tecnológico y su cercana relación con la ciberseguridad, siendo esta orientada a la integridad del usuario final, tanto en vulnerabilidades como extralimitaciones del sistema. El llamado es a, además de mantener una posición informada, formar parte de la constante definición, evaluación y criterios a considerar en la seguridad cibernética de la población; a tomar responsabilidad de la vasta pero acotada información relacionada con el tema; y ser conscientes de las circunstancias actuales, los próximos acercamientos/criterios de consumo y el uso de la tecnología.